CÍBOLA Y QUIVIRA, LAS MÍTICAS CIUDADES QUE DIERON ORIGEN AL DESCUBRIMIENTO DE LA CALIFORNIA MEXICANA.
Autor: Sealtiel Enciso Pérez.
En la mente del ser humano siempre ha habido cabida para los sueños y la creatividad sin límites. El deseo por descubrir las maravillas que encerraba el mundo, motivó a que los Europeos buscaran más allá del horizonte, se animaran a explorar lo incógnito por la ambición de conquistas y búsqueda de riquezas. Tal fue el caso de este suceso que animó a miles de exploradores en los primeros años de la conquista de las tierras americanas.
En primer lugar vamos a contextualizar al lector sobre el origen de los legendarios reinos de “Quivira y Cíbola”. Según la leyenda, Cíbola sería una de las fantásticas “Siete Ciudades” que habrían sido fundadas por unos obispos que supuestamente huyeron desde la península ibérica cuando ésta caía en manos de los árabes. En la versión original del relato los obispos eran portugueses que habían salido desde la ciudad de Oporto y se habían establecido en una isla o tierra ubicada al oeste, cruzando el mar, donde cada uno habría fundado su propia ciudad. Posteriormente los españoles popularizaron otra versión de los hechos, donde los siete obispos eran españoles originarios de Mérida, quienes habrían escapado de allí en el año 713.
Los españoles que llegaron a la Nueva España, entre ellos Hernán Cortés, tenían por segura la existencia de estas fantásticas ciudades y no escatimaron esfuerzos ni vidas humanas para ubicar su paradero. Aunado a lo anterior, eran frecuentes los relatos de los diferentes grupos indígenas, entre ellos los aztecas, quienes aseguraban que el origen del oro que ellos usaban para construir aretes, pulseras, ídolos, etc. provenía de una ciudad ubicada en las tierras al norte de sus dominios. Las versiones así como los nombres que se le daban a estos lugares diferían dependiendo a quién le preguntaras. Algunos aseveraban que las ciudades al norte de sus dominios eran gobernadas por temibles guerreras amazonas, otros decían que había montañas altísimas o ríos anchos como un mar.
Según las investigaciones de antropólogos e historiadores actuales, este tipo de relatos que los nativos hacían a los europeos, no eran más que artimañas para hacer que partieran a la brevedad de sus tierras. Los indígenas rápidamente conocieron la codicia y el exceso de amor que tenían los españoles hacia el oro, las perlas y en general las piedras preciosas, por lo que daban informes falsos para acelerar la partida de estos forasteros de sus territorios.
La expedición española que se planeó y concretó para ir en pos de la ubicación de las míticas ciudades de Cíbola y Quivira fue la encabezada por Pánfilo de Narváez, el cual partió hacia la recién descubierta península de Florida el 17 de junio de 1527, apenas 6 años después de la caída de la Gran Tenochtitlán. Durante casi 5 años, los hombres de Narváez vagaron por las tierras de lo que hoy es el sur de los Estados Unidos de América (Alabama, Misisipi, Luisiana, Texas, Nuevo México y Arizona), preguntando a los nativos y buscando a como diera lugar vestigios de estas imaginarias ciudades. Cada vez que encontraban a grupos de indígenas les preguntaban por ellas, y éstos los alentaban a seguir adelante con la seguridad de que en poco tiempo llegarían a esas tierras. Durante esta exploración murieron tanto el propio Pánfilo de Narváez como casi medio millar de los hombres que lo acompañaron.
Sólo 4 miembros de esta expedición sobrevivieron a este largo viaje: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y un esclavo moro llamado Estebanico. Cansados, andrajosos y prácticamente irreconocibles para sus compañeros de armas que los vieron partir años atrás, éstos sobrevivientes lograron llegar a tierras de la Nueva España y relataron sus aventuras a las autoridades. Uno de estos hombres, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, escribió un libro titulado “Naufragios y comentarios” en donde relata que casi al finalizar su odisea errante por el norte de la Nueva España, en un pueblo, los nativos les entregan un cascabel gordo y grande, hecho de cobre, con un rostro labrado. Cuando éstos indagaron a los indios sobre donde lo habían obtenido éstos respondieron que venía de más al norte, donde había mucha cantidad de aquellas piezas. Este dato les hizo pensar a los conquistadores que por allí podía existir una civilización avanzada con capacidad para fundir y labrar metales. Más adelante, en otra escala del camino, los españoles mostraron aquel cascabel a los nativos para ver si podían recabar más información y la respuesta de aquellos nuevamente fue que ese tipo de manufactura provenía de un lugar donde había muchas más piezas semejantes a ella.
Al enterarse de tales portentos, el Virrey de aquel entonces de la Nueva España, Don Antonio de Mendoza organizó una expedición (aprox. En 1539) al frente de la cual puso al fraile franciscano Marcos de Niza con el propósito de ubicar las ciudades y obtener toda la información posible sobre las riquezas que encerraba y cómo podían hacerse de ellas. Este sacerdote llevó de guía a Estebanico, el esclavo negro que sobrevivió de la expedición de Narváez. Durante su viaje al norte el fraile relató que conforme avanzaban eran frecuentes los informes de la existencia de ciudades con grandes riquezas, a lo que de Niza supuso que se trataba de las “7 ciudades de Cíbola y Quivira”. Trágicamente el negro Estebanico fue asesinado en un pueblo de indígenas al que llegó en su búsqueda y la expedición tuvo que regresar apresuradamente a la capital del Virreinato.
“El fraile regresó a la Ciudad de México narrando que había continuado la exploración después de la muerte de Estebanico y había avistado a lo lejos una ciudad más grande que la gran Tenochtitlán (Ciudad de México) y que los nativos de allí usaban vajillas de plata y oro, decoraban sus casas con turquesas y usaban perlas gigantescas, esmeraldas y otras joyas más. Al escuchar esas noticias el virrey Antonio de Mendoza no perdió el tiempo, organizó una gran expedición militar para tomar posesión de aquellas riquísimas tierras que el fraile le había narrado con profusión de detalles.
Al mando de la misma quedó un amigo del Virrey, Francisco Vázquez de Coronado, quien llevaba como guía al fraile Marcos de Niza. El 22 de abril de 1540 salió Coronado de Culiacán al mando de un pequeño grupo de expedicionarios, en tanto el grueso de la expedición iría más lentamente al mando de Tristán de Arellano (en cada villa española se reorganizaba la expedición terrestre), a la vez que partía otra expedición por mar al mando de Fernando de Alarcón para abastecer a la expedición de tierra.
Coronado atravesó el actual estado de Sonora e ingresó al ahora estado de Arizona. Allí comprobó que las historias de Marcos de Niza eran falsas al no encontrar ninguna riqueza de las que el fraile había mencionado. Además resultó falsa la aseveración del fraile que desde aquellas tierras se podía ver el mar, ya que como le dijeron los nativos a Coronado y lo comprobó él mismo, el mar se encontraba a muchos días de camino”. De Niza, Murió desprestigiado en la ciudad de México en marzo de 1558.
Increíbles y fantásticos son los orígenes de nuestra tierra Californiana. Bien vale la pena escudriñar su hermosa historia y ensoñarnos con todo lo que descubrimos.
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