Autor Sealtiel Enciso Pérez
De acuerdo a los diferentes documentos que nos han llegado a la actualidad sobre cómo se llevó a cabo la fundación de esta Misión, podemos decir que fue una obra relativamente sencilla. Lo anterior se debió a que el carácter de los naturales de la etnia Cochimí era muy apacible y dócil por lo que no tuvieron confrontaciones ni hostilidades para catequizar y fundar este sitio, el cual por muchos años fue el más norteño de todas las Misiones Jesuitas.
Desde el año de 1707, nueve años después del establecimiento del puerto de Loreto, se tenía conocimiento del sitio llamado por los cochimíes Kadakaaman y de una gran cantidad de gentiles que lo habitaban. El sitio era de tierra buena para cosechar y de fuentes de agua permanentes, todo lo que podían necesitar para instalar una misión. Sin embargo la gran dificultad fue el conseguir el que llegaran misioneros de refresco que pudieran ser destinados a estas labores en tierras nuevas. Tal como en la actualidad no eran demasiados los hombres que deseaban abrazar una vida de ascetismo y privaciones. Fue hasta el año de 1728, que llega a la península el sacerdote Juan Bautista Luyando, un hombre de noble cuna, descendiente de uno de los fundadores de la Compañía de Jesús en la Nueva España. Al conocer el deseo de sus superiores para construir una misión en estos parajes, él mismo se propone para la misión e incluso destina una buena porción de sus propios recursos personales para llevar provisiones y personal para realizar esta extenuante labor.
Fue en el mes de enero de 1728 que sale del puerto de Loreto haciéndose acompañar de un pequeño contingente de soldados, llegando el día 20 de enero al lugar donde se fundaría la Misión. A su llegada fue recibido con gran algarabía por los naturales los cuales en un número de 500 se aprestaron a ser catequizados. Muchos de los naturales ya conocían muchas partes de la doctrina cristiana puesto que el sacerdote Sistiaga, el cual oficiaba en la Misión de Mulegé, se las había enseñado. Unos días después pudieron darse los primeros bautizos así como la construcción de lo que fuera la primera parte de la Misión así como los aposentos para los soldados y el sacerdote. Lamentablemente los recursos de que fue dotado el padre Luyando al salir de Loreto fueron mermando considerablemente por la cantidad de naturales que acudieron a este sitio así que tuvo que prescindir de forma inmediata de la mayor parte de su guardia de soldados, sólo dejó uno. Fue tanto el fervor y la disposición de los naturales recién catequizados que para la pascua de ese año ya habían finalizado la primera parte de lo que fuera el edificio de la iglesia la cual fue bendecida con gran pompa y se le impuso el nombre de uno de los creadores de la Orden, San Ignacio de Loyola.
Un dato muy interesante de cómo los jesuitas iban despojando de sus creencias a los naturales de la California ocurrió cuando cierto día llegaron a San Ignacio todo el contingente que integraba una gran tribu de naturales de los alrededores los cuales solicitaron ser catequizados y bautizados por el sacerdote Luyando. Este amablemente respondíó que accedería a ello si todos prometían creer en la nueva fe cristiana y le entregaban aquellos "instrumentos supersticiosos" de los que se valían sus hechiceros para alejarlos del camino de "Dios". Tales instrumentos eran tablillas grabadas y amuletos que les entregaban los "guamas" o hechiceros a los naturales en diferentes ceremonias. Obviamente todos estos objetos, entre los que se cree iban algunas estatuillas hechas de piedra, fueron quemadas y reducidas a polvo y cenizas. Como colofón de este suceso en menos de tres semanas se bautizó a toda la tribu entera, lo anterior pudo realizarse de forma tan acelerada debido a que hacía unos meses había llegado con ellos un niño que se había bautizado y que les enseñó el catecismo, por lo que al sacerdote Luyando sólo tuvo que perfeccionar algunos vacíos que quedaron en su instrucción.
Otro de los hechos interesantes acontecidos en los primeros años de la misión fue el reto de bautizar a una indígena sordomuda. Desde la llegada del sacerdote Luyando a aquel paraje, la mencionada habitante de las californias siempre se había manifestado dócil y ferviente admiradora de la fe cristiana. Cada vez que miraba que se bautizaba a alguien de su pueblo, ella se acercaba, se arrodillaba y tomaba la mano del sacerdote para que la bautizara. Sin embargo el sacerdote Luyando no se atrevía a hacerlo puesto que a él no le constaba que la mujer tuviera los conocimientos básicos de la fe que sólo el catecismo lo forma. Para tal misión llamó a varios de los naturales convertidos y les pidió que trataran de explicarle, como ellos pudieran, a esta mujer sobre la fe cristiana. Un día en que el padre observaba a esta mujer que con devoción acompañaba a sus hermanos en la misa, decidió por fin otorgarle el tan anhelado bautizo. Después de finalizado el bautizo la mujer no cabía en sí del gusto y brincaba y alzaba las manos apuntando al cielo como dando a entender que ya "podía por fin entrar al paraíso". A partir de ese día la mujer se entregó en cuerpo y alma a participar en todas las ceremonias de la iglesia. Dos meses después de ser bautizada murió en gran paz y tranquilidad.
El sacerdote Luyando fue un hombre de gran fe y con un deseo incansable de catequizar a la mayor parte de naturales que pudiera. En una ocasión que fue llamado a auxiliar a un neófito que había sido mordido por una víbora, se dirigió a la región en donde vivían un grupo de naturales los cuales nunca habían visto un caballo. Al llegar montado en uno de ellos y acompañado de un soldado, los naturales se espantaron por lo que tuvo que bajar del corcel y regalarles comidas y otras cosas para tranquilizarlos y ganarse su confianza. Durante toda la noche no lo dejaron dormir y al final logró que todo este grupo de gente lo acompañara hasta Kadakaaman y se uniera a los demás conversos en la Misión.
Como ya se ha mencionado la tierra que rodeaba a la Misión de San Ignacio era muy fértil y había una gran cantidad de agua por lo que se pudo cultivar el trigo, una planta que requiere mucha agua para poder darse, y en las fechas de cosecharla se dieron muchas fanegas que ayudaron a sosegar el hambre de los pobladores. También se cultivó la calabaza a través del regalo de las semillas que hizo el sacerdote Helen. Las uvas se produjeron muy bien y eran muy aceptadas por todos los habitantes. Fue tan grande la cantidad de naturales que vivían en los alrededores de la misión y tan abundante la cantidad de ganado que se reprodujo, que el sacerdote Luyando formó pequeños poblamientos en los alrededores de la Misión y construyó en ellos capillas para que los naturales realizaran los rezos acostumbrados sin necesidad de desplazarse hasta la iglesia de San Ignacio.
Bibliografía:
Historia de la Antigua o Baja California - Francisco Javier Clavijero
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