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FRANCISCO MARÍA PICCOLO, PILAR FUNDAMENTAL DE LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE LA CALIFORNIA



 

Autor: Sealtiel Enciso Pérez

Los polvorosos caminos del desierto Californiano fueron testigos de los afanes y preocupaciones de los Misioneros Jesuitas que desde finales del siglo XVII y hasta poco más de la mitad del siglo XVIII se dedicaron a traer la Fe y la cultura europea a la California ancestral. Uno de estos destacados sacerdotes fue el italiano Francisco María Píccolo, el cual sería el segundo integrante de la Compañía en arribar a estas tierras (en la etapa jesuita), sólo precedido por el Apóstol de las Californias Juan María de Salvatierra.

 

Píccolo (bautizado con el nombre de Francesco Maria Piccolo o Francisco Picolo) nació el 25 de marzo de 1654 en el poblado Siciliano de Palermo, Italia; que en ese entonces formaba parte del reino de España. A los 19 años siente el llamado de la religión y decide integrarse al seminario de la Compañía de Jesús (1673). Conforme fue avanzando en sus estudios su espíritu inquieto y sobretodo imbuido por el carisma misionero de la Orden, lo motiva a solicitar a sus superiores el ser trasladado a alguna Misión en la Nueva España. Una vez obtenida la autorización viaja hacia el nuevo continente en el año de 1684. Como muchos de sus hermanos, al llegar a la ciudad de México, fue destinado a las Misiones de la Sierra Tarahumara, al norte del virreinato, teniendo su cabecera en el poblado de Carichí. Durante 13 años, el padre Píccolo recorre las montañas y desfiladeros de aquellos sitios tratando de convertir al mayor número posible de tarahumaras, sin embargo esto no era tarea fácil. En uno de sus relatos sobre sus andanzas por estas tierras comenta que en una ocasión que cabalgaba por un camino en la serranía se topó de súbito con un desfiladero de muchos cientos de metros de profundidad lo que hizo que se aventara del caballo, horrorizado, y tardara mucho tiempo en recobrarse del susto. En el año de 1689, a la edad de 35 años, profesa su último voto sacerdotal en la Compañía para ser ungido con el sacramento completo.

 

Es importante mencionar que durante su estancia en la tarahumara es muy probable que conoce al padre Juan María de Salvatierra, el cual seguramente le expuso este el proyecto de evangelización que estaban planeando junto con uno de los primeros Misioneros Jesuitas que había viajado a la península de California, Eusebio Francisco Kino. Después de conocer los detalles, Píccolo debió haber aceptado unirse a la expedición y apoyar en todo lo que estuviera en su mano para lograr el éxito de este gran paso que se estaba fraguando. En el año de 1697, una vez concedida la autorización por parte del virrey José Sarmiento y Valladares para que los sacerdotes Salvatierra y Kino iniciaran su actividad Misionera en la California, se da inicio a esta gran epopeya. Lamentablemente el principal promotor, Eusebio Francisco Kino, no logra acompañarlos, sin embargo el destino le tenía predestinada otra misión tal vez mucho más importante, que fue el dar apoyo con provisiones a las primeras Misiones que se fundaron en la California.

 

Unos pocos días después de fundada la impronta del Real Presidio de Loreto, llega al puerto el sacerdote Píccolo (23 de noviembre) el cual de inmediato inicia el estudio de la lengua de los laimones (grupo de naturales de la rama de Los Cochimíes que habitaban en la Bahía de San Dionisio). A finales del mes de diciembre de 1698, una vez que estaba suficientemente preparado en el conocimiento de la lengua y costumbres de los habitantes de esas latitudes,  organiza un plan con el padre Salvatierra a fin de explorar las rancherías que se encontraban en la irreductible Sierra de La Giganta y de paso explorar si fuera posible la costa del Pacífico (Mar del Sur) para localizar algún puerto de acogida para el galeón de Manila. Esta primera exploración la realizó acompañado del capitán del presidio de Loreto, don Luis de Torres y Tortolero así como de un pequeño grupo de Californios bautizados. Llegaron hasta lo que se conocía como Puerto Danzantes (hoy Puerto Escondido), lamentablemente no pudieron localizar algún sitio por donde franquear los altos cerros de la Giganta. De regreso a Loreto emprende el reconocimiento de un paraje que ya había sido visitado en el año de 1685 por el sacerdote Eusebio Fco. Kino durante la frustrada exploración encabezada por Isidro de Atondo y Antillón, este sitio era llamado por los Californios como “Londó”. Al llegar al lugar acuden a recibirlo una gran cantidad de Californios los cuales aún recordaban al sacerdote Kino, ante la excelente disposición de los habitantes y por ser un lugar adecuado para fundar una misión, lo anota como uno de los sitios donde se establecerá posteriormente cuando lleguen más hermanos de la Compañía a auxiliarlos.

 

El 10 de marzo de 1699 realiza un segundo viaje para incursionar en la sierra La Giganta. Hacía unos meses se había bautizado a un joven de aquellos lugares, al cual impusieron el nombre de Francisco Javier. Él y sus acompañantes relataron que era un sitio muy bien puesto para establecer una misión, con mucha agua, tierra para cultivar y una gran cantidad de gentiles que serían rápidamente convertidos. Fue un viaje sumamente difícil y accidentado debido a lo abrupto de la serranía. Sus únicos acompañantes fueron algunos Californios bautizados así como un pequeño grupo de Yaquis. Al llegar al paraje conocido en lengua Cochimí como “Vigge Biaundó”, quedó maravillado al poder corroborar el dicho de Francisco Javier. De inmediato inicia la construcción de una pequeña capillita y el día 11 de mayo de 1699 se declara formalmente fundada la Misión, la cual llevó por nombre San Francisco Javier. Al mismo tiempo que se hacía lo anterior el padre Píccolo encabezó a un grupo de Californios los cuales fueron abriendo un camino entre este sitio y Loreto a fin de que pudieran estar mejor comunicados y sobre todo pudiera ser accesible a los caballos y mulas con el fin de poder llevar las provisiones necesarias. Fue en el mes de junio de 1699 que se da por finalizado este tramo de camino.

 

Durante el tiempo que permanece en el sitio recabó información entre los naturales sobre el mejor camino para acceder a la costa Oeste. Los informes que recibió le indicaron que la mejor opción era continuar por el cauce del arroyo “Las Parras”, por el mismo que había llegado a este sitio. Regresa a Loreto en donde prepara todos los materiales, cabalgaduras y personas que lo acompañarían en esta aventura y, el día 7 de octubre de 1699 inicia su viaje hacia las costas Occidentales. Lo acompaña además del grupo de naturales y yaquis, el capitán del presidio y unos cuantos soldados. El último punto explorado donde hicieron escala fue en San Francisco Javier, momento que aprovechó el capitán del presidio y los soldados para fabricar adobes e iniciar con la construcción de una capilla y un cuarto para el sacerdote. El 27 de octubre, muy de mañana, salen los exploradores y durante su ruta fueron bien tratados por todos los Californios que encontraron los cuales les regalaban mezcales y conchas y les daban información o los acompañaban hacia los aguajes más cercanos.




Durante este viaje, el padre Píccolo pudo hacer gala de sus dotes de gran diplomacia, algo que lo caracterizó durante toda su vida. Siempre se distinguió por el gran respeto y aprecio por los naturales y sus costumbres, negándose cuando así se lo ordenaban, a educar a los Californios  sólo en idioma Español. Su respeto por las decisiones de los naturales era tal que, por ejemplo, en este viaje pidió a las mujeres de una ranchería que le dejaran bautizar a sus hijos, pero ellas le replicaron que debían esperar a que regresaran sus esposos, que estaban de cacería, para que ellos tomaran esa decisión; el sacerdote Francisco María no puso objeciones ni reparos y prodigó el mismo cariño y alimento a todos sin molestia por la negativa.  Al poco tiempo llegan a su destino final y pudieron contemplar una inmensa bahía, con abundante alimento, pero que lamentablemente no ofrecía refugio pertinente para el Galeón de Manila. Permanecieron en el sitio por varios días hasta que empezaron a escasear las provisiones por lo que el padre Píccolo y el capitán ordenaron el regreso a San Francisco Javier. Tras una penosa marcha por parajes con escasa agua, llegan a San Javier el 30 de octubre aproximadamente a las 3 de la tarde. Como conclusión de este viaje podemos decir que había sido un éxito puesto que llegaron a las costas del Mar del Sur y entablaron alianzas de amistad con los grupos de Californios que habitaban en esos terrenos.

 

Un suceso que estuvo a punto de dar por los suelos con este proyecto de Misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó fue protagonizado por un soldado el cual se había casado con una neófita del lugar. Cuando llegó la temporada de la cosecha de pitahayas (denominada  Mejibó en lengua Cochimí) la esposa del soldado decide unirse con sus familiares y vagar por el monte recolectando y disfrutando de estos frutos. El esposo molesto por su ausencia decide seguirla para traerla de regreso, en el camino es abordado por un Californio ya anciano el cual trata de convencerlo para que no lo haga pero al calor de la discusión, el soldado le dispara y lo mata. Los demás habitantes de la ranchería al escuchar la detonación acuden al sitio y al percatarse de lo ocurrido asesinando al soldado destruyendo a su paso lo poco que se había construido de la Misión. Afortunadamente para el sacerdote Píccolo, éste se encontraba de viaje, ya que de lo contrario seguramente habría pagado con su vida por esta desafortunada situación. Con el tiempo los ánimos se calmaron y los cabecillas del levantamiento fueron perdonados, regresando la tranquilidad a esta Misión.

 

Durante el año de 1700 y 1701 se dejó sentir una gran hambruna en la California, al igual que otros sitios de la Nueva España, provocada por la casi total ausencia de lluvias. Esto motivó al padre Píccolo para que acudiera a las ciudades de Guadalajara y de México para gestionar apoyos en alimento y dinero para sus misiones Californianas, de no obtenerlo su labor evangélica en la península estaría comprometida. Durante su ausencia, el sacerdote recién llegado, Juan de Ugarte, lo cubrió en la titularidad de la misión de San Francisco Javier. Gracias a los buenos oficios de Píccolo, en enero de 1702 regresa a Loreto en el barco “San Javier” cargado con una buena cantidad de alimentos. Como un comentario que ejemplifica la desesperada situación que se vivía en la California por parte de los Colonos, el sacerdote Salvatierra dejó registrado en sus cartas que tanto sacerdotes como soldados “se habían visto en la necesidad de salir a buscar alimentos a la manera como lo hacían los nativos”.

 

Durante el año de 1702, el sacerdote Francisco María Píccolo, escribe su célebre informe titulado “Del estado de la nueva Christiandad de California, que pidió por auto la Real Audiencia de Guadalajara”. Este documento era un intento desesperado que realizó el ignaciano para convencer a las autoridades en apoyar de inmediato a sus hermanos de la California. En el escrito también realiza algunos comentarios sobre la fauna, flora y geografía de esta península. También reseña los esfuerzos que realizó al llegar a Loreto y cómo paulatinamente fue aprendiendo el idioma de los grupos de Californios hasta realizar los primeros viajes y fundaciones de misiones, las cuales hasta esa fecha eran cuatro: Nuestra Señora de Loreto, San Juan Londó, San Francisco Javier y Nuestra Señora de Los Dolores (en ésta última sólo había realizado algunos bautizos y concentración de naturales en este paraje).

 


El mencionado documento ha sido muy criticado por considerarlo como una versión con datos “exagerados y muy alegres” de la California. Incluso el mismo Miguel del Barco, misionero jesuita que por treinta años trabajó en las misiones de la península, lo califica de “tener muchos yerros” entre los que sobresale las “alabanzas a la fertilidad de la california”. Los defensores de los escritos de Píccolo sostienen que el sacerdote por lo general escogía sus caminos de exploración en cañadas de Arroyos y casi siempre en fechas en las que es probable que hubiera llovido, motivo por el cual hacía descripciones muy elogiosas del verdor de la península y la gran cantidad de flora y fauna que encontraba en su camino. En la actualidad el proceso de desertificación que paulatinamente se ha extendido por la península ha ocasionado que el paisaje sea mucho muy diferente del que conoció Píccolo. A pesar de todo el informe se ha publicado como libro en varios idiomas, sobresaliendo su inclusión en el libro “Kino's historical Memoir of Pimeria Alta” de Herbert E. Bolton


 

Continuando con la vida del padre Píccolo, a pesar de sus grandes esfuerzos, como resultado de su viaje sólo obtuvo que se le pagara un apoyo de 6000 pesos que había estipulado el rey Felipe V para sostenimiento de las Misiones. En el mes de octubre de 1702 el barco que transportaba estas provisiones así como dos sacerdotes que se integraban a las acciones misioneras: Juan Manuel Basladúa y Jerónimo Minutuli, fueron sorprendidos por una gran tormenta la cual obligó al capitán a lanzar al mar la mayor parte de los suministros para evitar el naufragio y una muerte segura. Finalmente volvió la calma y pudieron llegar exhaustos y cansados a Loreto.

 

De regreso a la California se decide relevarlo definitivamente de su responsabilidad en la Misión de San Francisco Javier, quedando oficialmente encargado el padre Juan de Ugarte. A partir de este momento Píccolo se dedica a gestionar recursos económicos y de alimentos para las escuálidas misiones Californianas y, en el año de 1704 viaja acompañado del sacerdote Basaldúa hacia Sonora para solicitar al padre Eusebio Francisco Kino los socorriera con todo lo que pudiera enviar para estas tierras tan necesitadas. Como ya se ha comentado Kino jamás se desvinculó de la California y puso a disposición de sus hermanos de Orden así como de los Californios todo lo que tuvo en su poder, enviando a través del puerto de Guaymas, cargamentos de granos, herramientas, telas y en fin todo lo que pudieran necesitar. Por un breve periodo, durante este año,  el sacerdote Píccolo estuvo al frente de la Misión de San José de la Laguna o San José de Guaymas (hoy Guaymas), en Sonora.

 

De regreso a la península, el barco en que venía Píccolo transita frente a Bahía Concepción y Mulegé causándole una grata impresión por su abundante agua y arboleda, pensando que sería un magnífico sitio para establecer una nueva Misión.  Lamentablemente el honor de ser el fundador de la Misión no le tocó a Píccolo sino a su compañero de viaje, Juan Manuel Basaldúa, el cual en noviembre de 1705 funda la Misión que llevaría por nombre Santa Rosalía de Mulegé. En ese mismo año el padre Francisco María es nombrado Visitador de las Misiones de Sonora y California por lo que tuvo que viajar constantemente en la gran extensión de este territorio, sin embargo siempre tenía en mente a sus Californios y hermanos de la Compañía que habitaban estas tierras, por lo que de forma frecuente acudía al padre Kino para recordarle el envío de los apoyos.

 

En el año de 1709, al finalizar su encargo de Visitador, se traslada a la Misión de Santa Rosalía de Mulegé, donde el sacerdote Basaldúa había caído gravemente enfermo víctima de viruela. Debido a la severidad de su mal se le ordena quedarse con la titularidad de este sitio, permaneciendo en él por espacio de 9 largos años (hasta 1718). Como siempre el padre Píccolo reinició su trabajo al frente de los Californios de esta misión evangelizándolos y enseñándoles las costumbres europeas, asistiéndoles en la enfermedad, la muerte y en general en todos los asuntos de la vida Misional. Aunado a lo anterior continuó haciendo viajes de exploración por la sierra La Giganta para encontrar nuevos parajes y así evangelizar a más californios. También no cejaba en su empeño de encontrar algún puerto en la costa occidental para que sirviera como puerto para el Galeón de Manila.

 

En el año de 1706 aconteció un suceso muy desafortunado entre los sacerdotes y el hasta entonces capitán del presidio de Loreto, Antonio García de Mendoza. Esta persona acusó a Píccolo y Salvatierra de que les imponían mucho trabajo, a él y sus soldados, sin embargo esto era una calumnia. El verdadero motivo de molestia del capitán era que los sacerdotes se oponían a que utilizara y explotara a los Californios en la pesca de perlas. Al final la acusación del capitán no prosperó por lo que no le quedó más remedio que solicitar ser “licenciado” de su puesto, algo que de inmediato aceptaron los sacerdotes. A los pocos días y en votación secreta los soldados deciden nombrar al portugués don Esteban Rodríguez Lorenzo como su nuevo comandante, destacando por ser muy trabajador y sobre todo afecto en grado sumo a los sacerdotes.

 

En el año de 1709, a petición de un grupo de Californios que procedían de una ranchería de nombre Kaelmet (hoy La Purísima), decide acompañarlos para verificar las condiciones del lugar y saber si era propicio para fundar una misión. Al llegar al sitio lo encuentra muy hermoso con abundante agua y árboles, lo habitaban una gran cantidad de Californios los cuales se mostraron amables y afectuosos con los visitantes regalándoles agaves. Algunos de los naturales presentes le platican al padre Píccolo que siguiendo el cauce del arrollo pueden llegar al mar, el cual se encuentra a corta distancia. El sacerdote emprende el camino acompañado de los Californios y descubre un sitio maravilloso desde el que se aprecia el Mar del Sur, sin embargo no lo encuentran adecuado para establecer un puerto. Ese sitio actualmente se conoce como Boca de San Gregorio. Muy satisfecho de lo logrado regresa a la Misión de Mulegé a la cual arriba el 24 de junio de 1709. En el año de 1712 realiza un nuevo viaje a este sitio en donde encuentra un lugar más propicio para fundar una misión, lamentablemente por falta de misioneros esta fundación se retrasó hasta el año de 1717, imponiéndosele el nombre de la Purísima Concepción de la Santísima Virgen. En 1734, la misión se traslada a un nuevo sitio que es donde definitivamente se encuentra.

 

El andariego padre Píccolo fue visitado en la misión de Mulegé por un grupo de Californios que residían en el valle de San Vicente, en un lugar por donde pasaba el arroyo Kadakaamán, y le piden que los acompañe ya que deseaban que los bautizara a ellos, sus mujeres y sus hijos y fundara una misión en sus tierras. Ni tardo ni perezoso el padre Píccolo, con sus 62 años a cuestas, hace los preparativos para visitar aquel lugar y parte de esta misión el día 13 de noviembre de 1716. A los pocos días llegan al lugar donde reconoce que es muy adecuado para la fundación de una Misión: mucha agua, muchas tierras para cultivar y una enorme cantidad de Californios que día a día iban llegando, tantos, que era imposible calcular la totalidad. En el paraje permanece todo el mes de diciembre y presencia diferentes ceremonias y costumbres de los habitantes de las rancherías, mismas que reseña en las cartas que escribió al padre Jaime Bravo, dejando evidencia con ello de su aguda inteligencia y gran capacidad de observador lo que permitió dar cuenta en estos maravillosos escritos etnográficos.

 

En el año de 1720 es nombrado Superior de las Misiones Californianas pasando a residir al puerto de Loreto. Con el paso del tiempo la salud del sacerdote se va debilitando hasta el grado que en el año de 1721 se encuentra casi ciego, pero aún así seguía tratando de cumplir con sus obligaciones.  La falta de más misioneros que se destinaran al servicio de esta tierra y, el que todos los que residían en California se encontraran ocupados en resolver los graves problemas que les aquejaban en sus Misiones, ocasionaba que no pudiera relevársele de sus actividades. Aún con su precaria salud el sacerdote Píccolo dictaba cartas en las que tanto  intercedía ante las autoridades para que ampararan a los hijos de algún soldado del presidio como solicitaba encarecidamente que se destinaran más recursos para socorrer a las misiones que recién se iban fundando o se necesitaba fundar.

 

En el año de 1728, el sacerdote Jaime Bravo es comisionado para acudir a Loreto y socorrer en sus actividades al padre Píccolo. Los estragos que habían causado en su salud los años de privaciones así como los largos y pesados viajes de exploración fuero mermando día con día su cuerpo. El 22 de febrero de 1729, a la edad de setenta y cinco años, el sacerdote Francisco María Píccolo fallece en la quietud de su humilde camastro, rodeado por sus queridos Californios los cuales lo lloraron por varios días. Sus restos fueron sepultados en Loreto y tuvo el honor de ser el primer sacerdote jesuita que rindió tributo a la tierra en esta península Californiana.

 

Francisco María Píccolo fue un incansable viajero por las tierras Californianas, realizando incursiones de exploración y evangelización. Gracias a su espíritu inquieto y perseverante contribuyó de forma directa e indirecta al establecimiento de un tercio de los establecimientos Misionales fundados por los jesuitas en nuestra península. Existe una frase que se atribuye a la Madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería mucho menos si le faltara una gota”. De la misma manera podemos resumir la obra del padre Píccolo, sin su entrega y amor por esta tierra, no seriamos la California que hoy tenemos.

 

Bibliografía:

 

Ponce A. (2012). Misioneros jesuitas en Baja California - 1683-1768. Madrid: Editorial Bubok

 

Lazcano C. (2017). Francisco María Píccolo: 288 años de su muerte, consultado el 18 de julio de 2020, de https://www.elvigia.net/general/2017/2/5/francisco-mara-pccolo-aos-muerte-263130.html

 

 

 

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