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LA CONSTRUCCIÓN DE LOS TEMPLOS MISIONALES EN LA ANTIGUA CALIFORNIA





Autor: Sealtiel Enciso Pérez

Al admirar algunos de los templos originales del periodo misional que han sobrevivido hasta nuestros días, como son el de San Ignacio Kadakaaman, San Francisco Xavier Bigge Viandundó, Santa Rosalía de Mulegé, San Luis Gonzaga Chiriyaqui y San Miguel de Comondú, no podemos dejar de notar la magnificencia de cada uno de ellos y al mismo tiempo reconocer con orgullo la sapiencia, perseverancia y grandes conocimientos de construcción de los jesuitas que los levantaron.

En el noroeste novohispano era común encontrar templos con una estructura muy similar y es que las técnicas y materiales que se utilizaban así como el diseño arquitectónico eran los mismos, así como los más populares durante aquellos años del siglo XVII, XVIII y XIX. Sin embrago el nacimiento de estos templos no siempre era con la magnificencia como se podía observar la obra muchos años después. Por lo general al llegar a un nuevo paraje, donde por las condiciones de presencia de indígenas a evangelizar, agua y tierra para cultivar y/o criar ganado, se establecería una Misión; las primeras construcciones, entre ellas la capilla donde se rendiría el culto cotidiano, se fabricaban de palos chuecos o viguetas de los árboles o matorrales más grandes que hubiera cerca de ahí. Incluso cuando estas varas eran de muy corto tamaño se unían dos o tres de ellas con tiras de cuero fresco hasta darles el tamaño deseado. Posteriormente arrojaban sobre las paredes ramas de los matorrales cercanos. Con el tiempo y para ofrecer una mayor durabilidad se talaban las palmeras que hubiera en el lugar y se utilizaban para las viguetas del techo, aunque en ocasiones este material no se encontraba cerca y se sabe que llegaron a traerse de lugares separados del sitio de la nueva misión a 80 horas de camino. Finalmente se rellenaba el techo con tierra o estiércol de caballo o ganado para hacerlo impermeable a la lluvia y neblina.


Por lo general el material del cual construían los muros y cimientos de los templos definitivos era la piedra, la cual abundaba en todas partes de la California ancestral. Por lo general, para los cimientos se abría una zanja la cual se rellenaba de piedras y posteriormente se iban elevando hasta adquirir la altura adecuada. La parte frontal exterior de los muros era cubierta con piedras aplanadas, las cuales abundaban en ciertos sitios, pero para llegar a ellas se tenía que caminar grandes distancias e incluso crear caminos ex profeso para que transitaran las mulas sobre las que se traía estas piedras y los indígenas que las guiaban. En la parte frontal interior de los muros se pulían con tiza, cal y arena para que tuviera una presencia agradable a los ojos de los que participaran en los rituales.


El ignaciano Miguel del Barco nos relata que la piedra que más se buscaba para hacer estos muros, la cimentación y los arcos era el tezontle, una roca sumamente dura, ligera y firme. La iglesia que se erigió en San Juan de Londó, un poblado de visita cerca de Loreto, se construyó con tezontle rojo. También los ladrillos y el adobe fueron materiales utilizados en la construcción de algunos templos, sin embargo debido a su elaboración a base de tierra (barro) con el paso del tiempo van perdiendo su cohesión y dureza y se hacen porosos y se desmoronan fácilmente. Es por lo anterior que muchos de los templos levantados se fueron derrumbando con el tiempo y ya para principios del siglo XX no quedaba gran parte de ellos.

Para unir las piedras o la cantera utilizada en la ornamentación de los templos se utilizaba la cal. Este material era obtenido por medio de un proceso en el cual se arrojaban a un horno, calentado previamente a una alta temperatura, pedazos de roca sedimentaria que a simple vista se observaba que estaba compuesta en gran parte de este mineral. Aunado a lo anterior también se utilizaban los sedimentos de conchas marinas de diferentes tamaños ya que la mayoría de ellas estaban compuestas de ese mismo material. Así mismo una piedra llamada “mucara” la cual extraían del mar y era sumamente porosa y ligera. Cuando el fuego se iba consumiendo al final quedaba la roca o las conchas convertidas en un fino polvo blanco que al mezclarse con la arena ofrecía un pegamento sumamente resistente para adherir las rocas utilizadas. Es también interesante mencionar que los sacerdotes tenían que enseñar a los indígenas la elaboración de los materiales como adobes o ladrillos. Hay un interesante escrito del sacerdote Salvatierra, en el año de 1699, en donde narra lo siguiente: “no me deja escribir una hinchazón de una mano originada de mojarme en lodo la mano para enseñar a mis californios a fabricar adobes”.


Una vez que finalizaban la construcción del templo, se procedía a pintar las paredes interiores de dicho recinto con un material llamado “tiza” el cual era un mineral de color sumamente blanco, más que el yeso. Era un material muy socorrido en todas las misiones ya que cada cierto tiempo debían de repintar las paredes para conservar su pureza espiritual. Este material lo extraían del cerro colorado que se encuentra en Mulegé.

Bibliografía:

Miguel del Barco. “Historia natural y crónica de la Antigua California”.


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