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Identidades y resistencia. Los antiguos Californios y el sistema Misional Jesuita en el siglo XVIII

 


Autor: Sealtiel Enciso Pérez

Ante la llegada de los misioneros jesuitas a la península de California en el mes de octubre de 1697 se inicia el proceso de colonización y dominación sobre los habitantes milenarios de estas latitudes. El propósito que motivaba a estos religiosos era la evangelización de todos los “gentiles” con el propósito de ganarlos para la “gloria eterna”. Este proceso debía conllevar una serie de etapas las cuales eran bien conocidas por estos religiosos puesto que habían tenido oportunidad de generar todo un sistema alrededor de las llamadas “reducciones” en diferentes partes del mundo (Asia y Sudamérica).

Sin embargo este proceso de “aculturación”, como lo denomina Ignacio del Río Chávez, no estuvo exento de controversias con los nativos entre las que podemos mencionar su renuencia abandonar la poligamia así como sus creencias espirituales, las cuales eran consideradas como “demoniacas” por los Ignacianos. En muchas ocasiones se dieron enfrentamientos que no culminaron en hechos de sangre debido al apoyo que prestaban a los religiosos los soldados que los custodiaban pero que dejaban claramente establecido que este proceso no sería tranquilo.

“El concepto de identidad no puede verse separado de la noción de cultura, ya que las identidades sólo pueden formarse a partir de las diferentes culturas y subculturas a las que se pertenece o en las que se participa”. En el caso de los grupos étnicos que se establecieron en la mitad austral de la península de California: Pericúes, Guaycuras y Cochimíes, habían establecido una cultura basada en el conocimiento empírico de la naturaleza, el cual se había venido acumulando desde miles de años atrás. Al mismo tiempo desarrollaron rasgos de sus culturas que los hicieron distinguirse entre cada uno de ellos los cuales eran: lengua, cosmogonía, vestimenta, festejos, rituales mortuorios y otros más. El tener una certeza en su modo de vida y el perpetuarla y mejorarla de una generación a otra les garantizaba su supervivencia, el dominio sobre los terrenos de caza y pesca de los cuales subsistía y en general era aquello que los hacía sentirse orgullosos y plenos en cuanto a su propósito en la vida en este espacio peninsular.

Con la introducción del sistema misional de reducción “los monjes jesuitas buscaban evangelizar a los indios, pero también su cooperación en la defensa de las fronteras. Frente a los cambios impuestos por la evangelización: rechazar sus creencias, abandonar sus costumbres semi-nómadas, ser controlados en su trabajo…, les «permitían» mantener su idioma –sólo para usarlo entre ellos, puesto que para tratar con los sacerdotes debían usar el latín– y «dejaban» cierto poder a los caciques, jefes, de cada comunidad”. Esto como es obvio causó una gran cantidad de posicionamientos por parte de los líderes de estas etnias. Hubo algunos que los aceptaron de buen agrado ya que no veían inconveniente alguno en aceptar modificaciones en su forma de vida y a cambio recibían alimento gratuito y constante. Sin embargo también hubo otros integrantes que veían un peligro que se cernía sobre su forma de vida al obligarlos a abandonar la poligamia y algunas festividades tradicionales consideradas por los religiosos como “lujuriosas y lascivas”, con lo cual se atentaba contra la procreación y la perpetuación del grupo.

En el ejercicio de la resistencia “los sujetos reflejan hostilidades, roces y luchas que surgen como producto de las diferencias de identificación, propósitos, tendencias e intereses individuales y colectivos”. Lo anterior quedó plena y explícitamente demostrado por los brujos o “guamas” de los diferentes grupos de gentiles los cuales de forma abierta y provocadora se mostraban renuentes a aceptar la evangelización así como la cultura traída por los religiosos recién llegados. Su lucha no sólo era personal sino que permanentemente presionaban a sus coterráneos para que abandonaran los nacientes poblados y antes de hacerlo destruyeran las construcciones erigidas y asesinaran a aquellos integrantes de las tribus que habían dado la espalda a sus creencias y forma de vida ancestrales.

Los jesuitas habían pasado miles de peripecias para conseguir la autorización por parte del virrey de la Nueva España para iniciar la evangelización en estas tierras del noroeste novohispano y no se iban a rendir ante estas acometidas. “Los recursos de toda índole que se manejaron a través de la institución misional debían servir ante todo para el cumplimiento de la función evangelizadora. Tal instancia exigió una diversificación funcional de las misiones, que, para asegurar la viabilidad del proceso evangelizador, tuvieron necesariamente que utilizar aquellos mismos recursos para contrarrestar el nomadismo de los californios vinculando a éstos económica y, por ende, socialmente con los núcleos poblacionales de carácter sedentario que tendían a desarrollarse en cada cabecera misional. Es obvio que lograr esto, fijar así a la móvil población indígena, aun cuando fuera imperfectamente, con el objeto de propiciar la continuidad del contacto, implicaba en todo caso una correlativa alteración de las tradiciones culturales de pueblos nómadas de cuya práctica había dependido hasta entonces la sobrevivencia de los californios”. La principal arma de los religiosos fue el buscar ganarse la voluntad y amistad de los nativos a través de regalarles alimento. Otra de sus estrategias fue el aprendizaje temprano de su lengua, lo cual lo consiguieron estudiando un catecismo elaborado por el sacerdote Copart durante el tiempo que estuvo en el Real de San Bruno entre los años de 1683 a 1685 en donde realizó la traducción de diversos rezos a la lengua que hablaban los naturales de Loreto.

Con el paso del tiempo y ante la insistencia de los religiosos las diferentes rancherías que rodeaban al poblado del Loreto fueron cediendo en su ostracismo y se acogieron al nuevo sistema misional que se estaba implantando. Los religiosos iniciaron el proceso de evangelización de los indígenas por medio de la catequesis y el bautismo, acto por medio del cual quedaba sellado el compromiso de los naturales de abandonar sus prácticas paganas y poniendo como testigo de ello al Dios de los recién llegados. Conforme los Californios aceptaban vivir en los poblados misionales fueron aprendiendo los diferentes modos y formas de vivir en la nueva sociedad que se les imponía: empezaron a usar vestidos, cambiaron sus hábitos alimenticios, establecieron el matrimonio religioso y la monogamia como forma de regular el inicio de la vida familiar, sustituyeron sus creencias politeístas ancestrales por el nuevo catecismo católico y en fin se fueron adentrando paulatinamente en la cultura traída por los europeos.

Se entiende por aculturación a “aquellos fenómenos que resultan cuando grupos de individuos de culturas diferentes entran en contacto continuo y de primera mano, con cambios consecuentes en los patrones originales de uno o de ambos grupos” este concepto definitivamente puede aplicarse al encuentro de la cultura europea a través de la evangelización jesuítica con la cultura que detentaban los grupos humanos que habitaban la parte austral de la península de California.

Desde mi óptica personal pocos son los historiadores que han profundizado sobre el proceso y las etapas que se vivieron en esta aculturación. Por lo general la mayor parte de las investigaciones sobre la historia de los 70 años que duró la etapa misional de la Compañía de Jesús en nuestra península y su impacto en los grupos originarios se centran sobre las obras de Juan Jacobo Baegert, Miguel del Barco, Miguel Venegas y Francisco Javier Clavijero en donde se percibe a unos Californios, nombre con el que los religiosos bautizaron a los habitantes que encontraron en esta península, con un nivel de inteligencia muy primitivo, carentes de rasgos de civilización como son la escritura, obras arquitectónicas, sistema social, político y militar establecido, un sistema familia consolidado y muchas otras cosas más que los colocaban entre los grupos étnicos más paupérrimos de la geografía de la Nueva España.



Obvia decir que al describir a los naturales de esta forma, en sus crónicas y cartas que enviaban de forma regular a sus autoridades civiles y eclesiásticas, autorizaba a sus sacerdotes y enviados de la Corona para que ejercieran sobre ellos una tutela de facto y desaparecieran o por lo menos quedara a criterio del misionero los derechos que habían sido consagrados en diferentes documentos elaborados por los monarcas españoles y que eran aplicables para los habitantes ancestrales de estas tierras.

Al analizar las obras de los autores ya mencionados, encontramos aspectos de la personalidad y cultura de los integrantes de los diferentes grupos étnico en los que coinciden, sin embargo también apreciamos diferencias sustantivas. Mientras que por ejemplo en la obra del Alsaciano Baegert se describe a los naturales de la siguiente manera: “Por regla general, puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba; que son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias”. En contraste Miguel de Barco encuentra una buena cantidad de virtudes y habilidades en los Californios como lo describe en este párrafo de su obra: “El tiempo de las cosechas de las pitahayas era como el tiempo de su vendimia. En él estaban más alegres y regocijados que en todo lo restante del año. "Los tres meses de la pitahaya (dice el venerable padre Salvatierra) son como en algunas tierras de Europa los tiempos de carnestolendas, en que en buena parte salen de sí los hombres. Así estos naturales salen de sí, entregándose del todo a sus fiestas, bailes, convites de rancherías distantes, y sus géneros de comedias y bufonadas que hacen, en que suelen pasarse las noches enteras con risada y fiesta, siendo los comediantes los que mejor saben remedar, lo cual hacen con grande propiedad. Cuanto a los bailes, notó el mismo padre, que tenían suma variedad y no poca destreza. Tuvimos aquí (dice) las fiestas de pascua de Navidad con mucho gusto y devoción, y de los indios también, asistiendo algunos centenares de catecúmenos a las fiestas, haciendo también sus bailes los cristianitos más de ciento. Y son sus bailes muy diferentes de los que usan las naciones de la otra banda; pues tienen más de treinta bailes, y todos diferentes, y todos en figura, ensaye y enseñanza de algunas cosas esenciales para la guerra, para la pesca, para caminar, enterrar, cargar y cosas semejantes; y se precia el niño de cuatro y de tres años de salir bien del papel de su baile, como si fueran ya mancebos de mucha emulación y juicio: cosa que nos dio a todos mucho divertimiento de verlos".

Estos contradicciones surgen en primer lugar de la personalidad de los escritores ya que ambos a través de sus escritos nos dejan ver su actitud, por un lado la biliosa y amargada de Baegert, y por otra la erudita y escolástica de Del Barco, sin embargo en ambos documentos perdura la visión del “buen salvaje” que se basaba en las enseñanzas de Aristóteles en su obra “Política”, no siendo considerados, los californios, más que “siervos por naturaleza”. Es por lo anterior que se empezó a gestar un concepto de dominación por parte de los Misioneros y al cual buscaron apegarse durante toda su estancia en estas tierras. Max Weber sostiene lo siguiente sobre este concepto “No toda dominación se sirve del medio económico. Y todavía menos tiene toda dominación fines económicos. Pero toda dominación sobre una pluralidad de hombres requiere de un modo normal (no absolutamente siempre) un cuadro administrativo, es decir, la probabilidad, en la que se puede confiar, de que se dará una actividad, dirigida a la ejecución de sus ordenaciones generales y mandatos concretos”

En la mayoría de los casos los Misioneros promovieron el cambio cultural de los Californios de manera pacífica y a través de las buenas maneras y la entrega de regalos, aquí describimos un ejemplo de ello: “Mas este grande hombre (Juan de Ugarte), animado de un verdadero celo, no contento con enseñarles los misterios de la religión cristiana y procurando arrancar de sus corazones el apego que tenían a sus doctores y a sus antiguas supersticiones, se tomó el arduo empeño de civilizarlos, enseñándoles aquellas artes y acostumbrándolos a aquellos trabajos que requiere la vida social. Lo que tuvo que sufrir de unos hombres acostumbrados a una perpetua ociosidad y a una libertad desenfrenada, podrá en algún modo imaginarse, pero no puede expresarse suficientemente”. sin embargo cuando se topaban con actitudes reacias o agresivas no dudaban en convencer a los recién bautizados para que delataran a los cabecillas más renuentes y a pedir a los soldados les infringieran graves castigos. Sobre este último punto también urdieron estratagemas los ignacianos las cuales les valieron granjearse el respeto y cariño de los naturales por su magnanimidad al suspender algunos castigos o conmutarlos por regaños severos como a continuación se describe: “Les ponderó, mediante el intérprete, sus delitos por los cuales, ya que no les diese la pena que ellos merecían, les condenó a castigo de azotes, que sufrirían en público por algunos días; para que aprendiesen a vivir en paz y a no hacer daño a aquellos de quienes no le recibían. Súpose que diez o doce de estos prisioneros fueron los principales y más culpados en los alborotos y muertes ya referidas, y contra éstos se decretó el castigo. Sacáronlos afuera a recibirle a vista de la gente de la misión, mas, a los ocho o diez azotes que recibía cada uno, salía el padre Linck, y pedía al cabo que les perdonara los restantes. Este los hacía entender que debían agradecer al padre el que intercediera por ellos, porque de otra suerte él los haría sufrir por lo menos veinticinco azotes cada día, volviéndolos a la prisión, en donde el padre misionero los proveía de comida. Al siguiente día los volvieron a sacar a recibir su penitencia delante de todos, y sucedió lo mismo que el antecedente; a pocos azotes, salía el padre a interceder por ellos; cesaban los azotes, y los volvían al cepo. Con esta penitencia prosiguieron siete u ocho días, hasta que el castigo fue ablandando poco a poco a aquellos corazones duros, y suavizando la ferocidad de aquellos bárbaros, que a los primeros días se habían mostrado impacientes y airados, como si dieran a entender que, si se vieran libres, sabrían vengarse bien del tratamiento que ahora recibían”.



Los Californios estaban muy lejos de recibir de forma pasiva y de buen talante las modificaciones que los jesuitas proponían a su modo de vida, a su identidad. Desde los primeros encuentros hubo desacuerdos más o menos marcados en los cuales los naturales dejaban ver claramente que aceptaban los regalos de alimento, ropas y otras bagatelas que les ofrecían los Misioneros pero que distaba mucho de estar dispuestos a aceptar de facto el abandono de su modo de vida, de sus creencias, de su cultura. En muchos de estos desencuentros de no ser por la presencia de los soldados y el uso de las armas de fuego y los perros, a los cuales los naturales tenían mucho miedo, quién sabe cómo habría sido la suerte de los colonos. Seguramente hubieran perecido bajo las lluvias de flechas, piedras y lanzas que solían lanzar los Californios en sus combates con enemigos, en el siguiente relato se comprende lo que menciono: “El principal y más ruidoso fue que los gentiles, que vivían como a treinta o más leguas de distancia al norte de San Borja, teniendo noticia que en Adac se había establecido un padre, y que la gente de aquellas cercanías ya se había hecho cristiana, extendiéndose a gran prisa esta reducción hacia el norte de Adac, y que los gentiles que mediaban entre ellos y los cristianos, no sólo estaban en paz y amistad con éstos, sino que mostraban o habían declarado querer también ellos seguir el mismo ejemplo, se enojaron tanto contra ellos que, convocando a otros sus vecinos, determinaron hacerles guerra a sangre y fuego y matarlos a todos, para impedirles así el hacerse cristianos, queriendo antes verlos muertos a sus manos que con una nueva religión tan contraria a sus bárbaras costumbres. Con este intento estos enemigos del nombre cristiano igualmente que preciados de valientes, acometieron a una ranchería de los gentiles de paz, mataron a algunos, y huyeron los demás. Después dieron sobre otra, o varias otras rancherías, en que mataron gran número de gente que parecía tan cercana ya a recibir la santa fe”.

Cada vez que estos sacerdotes iniciaban una nueva exploración o establecían un núcleo misional, se desataba entre los naturales gran revuelo en donde demostraban de forma sutil, y en otras no tanta, su rechazo por la llegada de estas colonos y por la cultura que intentaban imponerles. En la siguiente crónica jesuítica queda de manifiesto este rechazo “Al salir de esta ranchería, como a tiro de piedra, vieron una planta de pitahaya, toda destrozada, hecha añicos, y de ella algunos pedacillos mayores estaban clavados contra el suelo con estacas o palos aguzados. Lo que interpretaron los indios amigos y españoles prácticos ser hecho a fin de declararnos enemigos y rompernos guerra. Hasta la ranchería de Anirituhué, cuyos habitantes estaban aquí en Aripité, fuimos con todo cuidado”.

Estos actos de resistencia por parte de los naturales se repitieron incesantemente y desembocaron en el año de 1734 en la gran rebelión de los Pericúes en donde fueron asesinados los sacerdotes Carrancó y Tamaral así como decenas de los naturales que ya se habían bautizado y la destrucción de los templos de los poblados de Santiago, San José del Cabo, Todos Santos y La Paz. Este movimiento abarcó a una gran cantidad de naturales así como prácticamente a todo el territorio que habían explorado los jesuitas. Estuvo a unos pasos de perderse definitivamente la colonización de la California. En este párrafo escrito por el sacerdote Clavijero se expresa la furia con la que manifestaron los naturales su encono contra uno de los sacerdotes asesinado “El padre Carranco había dicho misa poco antes, y se había retirado a rezar el oficio a su aposento, donde los indios le hallaron de rodillas. Se puso de pié para leer la carta que ellos le traían del padre Tamaral, y cuando estaba leyéndola atentamente, entró la chusma de conjurados; dos de ellos se apoderaron de él inmediatamente y le sacaron fuera de la casa y le tuvieron suspenso del hábito, mientras los otros le dispararon sus flechas. Entonces a palos y a pedradas le acabaron de quitarla poca vida que le quedaba, enfureciéndose más cruelmente contra él aquellos desgraciados bárbaros cuando le vieron en estado de no poderse defender”. Afortunadamente la llegada de refuerzos militares de Sonora y Sinaloa encabezados por Manuel Bernal Huidobro, Gobernador de Sinaloa, lograron la pacificación aparente de estos grupos belicosos y el castigo de los principales cabecillas.

Fueron constantes las muestras de rebeldía por parte de los californios ya sea atentando contra la vida de los sacerdotes o a través de alzamientos de rancherías motivadas por algún hechicero inconforme al ver desaparecer su forma de subsistencia y la falta de seguidores para con sus creencias lo cual atribuía directamente a las arengas de los misioneros hacia los catecúmenos. Además de lo anterior a los neófitos se les imponía la obligación de destruir sus objetos de culto tradicional como muestra de arrepentimiento y su deseo de seguir la vida cristiana, lo anterior queda expresado en este párrafo: “En otra ocasión trajeron al padre un envoltorio grande, en donde venían los adornos e instrumentos gentílicos que usan en sus fiestas, para quemarlo, como se acostumbra cuando vienen a bautizarse”.

Como muestra de acciones de resistencia y represalia que llevaron a cabo los Californios ante la insistencia de los religiosos por cambiar su forma de vida se describe continuación lo siguiente “Procuraba pues el padre Wagner que en su misión se acabase cuanto antes la hechicería, y por esto incurrió en el odio de algunos hechiceros, y sus aficionados, y tanto que intentaron quitarle la vida. Mas, como casi toda la gente de la misión estaba contenta y estimaba mucho a su misionero, no se atrevían los conjurados a acometerle a cara descubierta. Una noche, poco después de anochecido, se había sentado el padre junto a la puerta de su casita, para algún desahogo del calor que hacía y, pareciéndole a uno de los malcontentos buena esta ocasión para matarlo pues estaba solo, se escondió a pocos pasos de allí y disparó una flecha. No hirió al padre mas, pasando inmediata a su cabeza, dio con tal ímpetu en la pared de la casa, que era de piedra, que quedó clavada en ella”.

Interesantes son las narraciones que nos dan cuenta del proceso de dominación que vivieron los Californios y cómo paulatinamente fueron perdiendo su identidad hasta llegar a diluirse completamente con la muerte de todos ellos.

Bibliografía:

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