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DESANIMAR LA PESCA DE PERLAS, LABOR JESUITA





Autor: Sealtiel Enciso Pérez

La principal motivación que tuvieron los exploradores europeos por promover viajes hacia estas tierras del Noroeste Novohispano fue la conquista de fama al ser los primeros en arrivar así como el logro de un gran capital con las riquezas de que se hablaba en los libros de caballería que en aquella época circulaban con profusión. La ambición y la vanidad fueron las marcas que distinguieron las exploraciones de la California.

Muchas fueron las expediciones que llegaron a nuestra California desde que en el año de 1534 Fortún Jiménez dio cuenta de estas tierras. Algunas de ellas fueron sufragadas con cargo al erario real como fue el caso de la encabezada por Don Isidro Atondo y Antillón, pero muchas otras venían a nuestra península sin la autorización real y con el sólo propósito de extraer perlas y/o hacer exploraciones al interior de estas tierras buscando metales preciados. Con la llegada de los Jesuitas y la expedición de la Cédula para la Exploración y Conquista Misional de las Californias, los Ignacianos pasaron a ser amos y señores de estas tierras, teniendo en sus manos el poder civil y militar por espacio de 70 años.

Durante el tiempo en que los jesuitas estuvieron gobernando estas tierras siguieron llegando expediciones, que sin su consentimiento, contrataban a algunos indios californios para que extrajeran perlas. Como pago por esta extenuante y peligrosa actividad solo les daban algunas baratijas, cuchillos o pedazos de piedras de colores, y en otras ocasiones nada les daban a cambio. Los sacerdotes miraban con mucho recelo estas actividades, que a escondidas de ellos, también algunos de sus soldados promovían. Era sabido que algunos soldados de presidio cambiaban las perlas que les llevaban los indígenas a cambio de raciones de comida. Es por ello que parte de los sermones en las misas lo dedicaban los padres a aleccionar a sus catecúmenos en lo tocante a que la pesca de perlas era “algo malo y que ofendía a Dios”. Con ello procuraban desalentar el deseo de los indios por poseer bienes que en algún momento pudieran despertar la codicia y otros “pecados” mal vistos por la doctrina católica.

En su libro “Noticias De La Península Americana De California” el sacerdote Juan Jacobo Baegert hace interesantes reflexiones sobre los frutos producidos por la pesca de perlas. Obviamente que sus anotaciones están sesgadas por el compromiso que tenía con sus superiores en la Orden y concluye que poco o nada se obtenía de esta actividad. Lo anterior es totalmente falso ya que durante el tiempo en que este sacerdote estuvo en la península, la mayor parte de los placeres perleros estaban vírgenes y las ganancias por su explotación eran mayúsculas.



Baeger, nos comenta lo siguiente: “Todos los que han escrito sobre California con un poco más de detenimiento, hacen mucho bombo de la pesca de perlas californianas. La historia que se publicó en París en el año de 1767 y que se mencionó en el prólogo, pone también en la carátula : "Description exacte de ... et de la fameuse pecherie de perles", aunque, realmente, apenas vale la pena de hacer mención de ella, como tampoco de las minas californianas.


Ahora bien, esta pesquería de perlas consiste nada más en el hecho de que anualmente, en el verano, llegan a la costa del Golfo unos 8, 6 ó doce españoles que comúnmente no tienen otra cosa de que vivir, que lo que ganan con el sudor de su frente; estos pobres diablos vienen en canoas o pequeñas embarcaciones, dispuestos a hacer una pequeña fortuna. Por lo regular son, con raras excepciones, soldados jubilados de California, Sonora, Sinaloa o de las otras regiones mexicanas que hay frente a la península. Traen consigo algunas provisiones de maíz, unos quintales de cecina dura como las piedras, así como algunos indios mexicanos que consienten en dejarse utilizar en la pesca de perlas, porque, hasta ahora, los californios han demostrado pocas ganas de arriesgar su vida por unas cuantas varas de manta”.

En sus valiosos escritos aparecen algunas anotaciones sobre cómo se llevaba a cabo esta peligrosa actividad por parte de los pescadores de perlas: “Los pescadores bajan por medio de cuerdas, juntan las conchas o madreperlas que encuentran, arrancándolas del fondo o de las rocas y echándolas en un costal; cuando ya no pueden contener la respiración, suben a la superficie con el botín que han hecho y voltean el costal con sus cachivaches, o sea, con el tesoro que han traído del limbo. Las conchas, sin abrirlas, se cuentan y cada quinta es para el rey. La mayor parte de ellas no contienen nada, en otras hay perlas negras, en otras blancas pero diminutas o deformes”.

El Ignaciano hace patente lo que para él era lo más triste de este negocio perlero, las nulas o casi nulas ganancias: “Si el español, después de 6 u 8 semanas que ha vivido entre dudas y esperanzas, entre sudores y miserias, y después de descontar sus gastos, saca de ganancia unos 100 pesos americanos o sean 500 libras francesas o algo más de 200 florines de Renania, (que es una suma muy pequeña e insignificante en América), lo considera como un gran éxito, con el que no podrá contar todos los años, ni tocará en suerte a muchos”.


Finalmente y por si fuera poco lo ya anotado, dejaba constancia de un fraude que realizaban estos pescadores de perlas a la Corona Española. En lo que se anota a continuación podemos concluir que era algo natural que se diera, sobre todo por la nula o casi nula vigilancia de estas armadas perleras así como la permanente ausencia de representantes de la Hacienda Real en estas tierras: “Sabrá Dios si el quinto de todas las perlas que se pescan anualmente en el Golfo de California, den al rey católico, un año con otro, ciento cincuenta o doscientos de tales pesos, aún si todo se maneja sin fraudes”.


Finaliza con este apartado con una sentencia con la cual trata de desanimar a cualquier intento por realizar esta actividad en estas tierras, obviamente sus palabras son motivadas sólo por su celo religioso, pero nada cierto en la realidad: “Sólo he sabido de dos, que además conozco personalmente, que han ganado en veinte y más años de pesca ininterrumpida, algo que valga la pena. Los otros, después de su pesquería, permanecieron siendo los mismos pobres diablos que ya habían sido antes”.

Bibliografía:

NOTICIAS DE LA PENINSULA AMERICANA DE CALIFORNIA - Juan Jacobo Baegert

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