Autor: Sealtiel Enciso Pérez
Los primeros habitantes de la California, los indígenas de las etnias Guaycura, Pericú y Cochimí, no sólo obtenían su sustento de los animales y plantas de la región sino que también cubrían otras necesidades impuestas por la sociedad como era la vestimenta, sólo para las mujeres, y la elaboración de algunos objetos útiles para su vida diaria: utensilios para guardar sus objetos personales y armas. En sus crónicas, el sacerdote jesuita Miguel del Barco nos dejó escritas una serie de ceremonias que llevaban a cabo estos pueblos, en este caso los cochimíes, para entregar las pieles de venado que se habían guardado, a las mujeres de la ranchería, aquí les presento su relato:
“Una de las fiestas más célebres de los cochimíes era la del día en que repartían las pieles a las mujeres una vez al año, según lo averiguó el padre Francisco María Píccolo en su primera entrada al valle de San Vicente, donde hoy está fundada la misión de San Ignacio.
Juntábanse en un lugar determinado las rancherías confinantes, y allí formaban, de ramos de árboles y matorrales una casita o choza redonda, desde la cual desembarazaban la tierra por un trecho proporcionado formando camino ancho y llano para las carreras. Traían aquí todas las pieles de los venados que habían cazado aquel año, y con ellas se alfombraba el camino.
Entraban los principales dentro de la choza y, acabado el convite de sus cazas, pescas y frutas, se medio emborrachaban, chupando del tabaco cimarrón. A la puerta de la choza tomaba su lugar uno de los hechiceros en traje de ceremonia y predicaba en descompasados gritos las alabanzas de los matadores de venados. Entretanto los demás indios iban y venían, corriendo como locos sobre las pieles, y las mujeres daban vueltas alrededor cantando y bailando.
En fatigándose demasiado el predicador, cesaba el sermón, y con él las carreras; y saliendo de la choza los principales, repartían a las mujeres las pieles para vestuario de aquel año, celebrándose el repartimiento con nuevas algazaras y alegrías, a pesar del descontento necesario de algunas. Toda esta fiesta se hacía por ser para aquellas miserables mujeres la mayor gala y riqueza una piel de venado, con que poder malcubrir su desnudez. Las mujeres de la nación guaycura no usan pieles para cubrirse por detrás y, en lugar de esto, se ponen muchos hilos o cordelillos espesos y tupidos, pendientes de la cintura y sueltos por abajo, que llegan poco más que a las corvas.
Estas mismas mujeres usan por delante los carrizos, como las cochimíes: bien que, en varias rancherías, en lugar de los nudos de carrizo, ponen solamente el delantal de solos cordelillos espesos, como el que se ponen por detrás, sin llegar a juntarse el uno con el otro.
Ni por esto llevan estas guaycuras faldellín del todo semejante al de las pericúes, porque éstas últimas le usan más largo, los cordelillos más gruesos, mucho más amontonados y tupidos, y que rodean toda la cintura. En fin, todas procuran cubrirse de algún modo, siguiendo el impulso del natural pudor”.
Bibliografía:
Historia Natural Y Crónica De La Antigua California - Miguel Del Barco
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