Autor: Sealtiel Enciso Pérez
La California del sur llegó a la etapa colonial de la mano de los jesuitas. Ventajas tuvo esto ya que de no haber sido así hubiéramos sido avasallados y reducidos a golpe de espada y lanza, tal como lo fueron los demás grupos indígenas de la Nueva España. Entre los ignacianos que llegaron a estas tierras se encontraba uno de ellos que vivió 30 años entre los grupos indígenas del territorio y que nos legó no sólo una de las iglesias más hermosas que tenemos actualmente sino que dejó escritas sus impresiones sobre la forma en que se vivía en aquellos años.
Miguel del Barco González, el cual era su nombre de pila, nació el 13 de noviembre de 1706 en el pueblo de Casas de Millán, dentro del actual partido judicial de Garrovillas, diócesis de Plasencia, provincia de Cáceres o Alta Extremadura, España. Sus padres fueron don Juan Fernández de el Barco y de doña Isabel González. Sus padres tuvieron la preocupación de darle la mejor educación posible y una vez culminado sus estudios básicos en educación decide ingresar a la Universidad de Salamanca en donde cursa estudios de filosofía y jurisprudencia. A la edad de 22 años se siente atraído por la vocación religiosa e ingresa a un Colegio jesuita. Como parte de su formación fue maestro de gramática y de filosofía. También cursó estudios superiores de teología. En el año de 1735 emprende un viaje a la Nueva España acompañado por un grupo de miembros de la Compañía de Jesús, pero casi al estar por llegar al puerto de Veracruz naufragan. Milagrosamente salvan la vida y al final, después de grandes contratiempos llegan a su destino.
Durante sus primeros 3 años de estancia en la ciudad de México se dedica a completar sus estudios y ordenándose al fin de sacerdote. Fue durante el año de 1738 o principios de 1739 que se le da la orden de trasladarse hacia California con el propósito de compensar la pérdida que se había tenido de los dos sacerdotes asesinados por los Pericúes en la revuelta de los años 1734 a 1736. Sin embargo su estancia en estas Misiones del sur de la California fue breve, menos de 3 años, por lo que al final y durante todos los demás años de su existencia en estas tierras permaneció y ofreció sus mayores cuidados y empeño a la Misión de San Francisco Xavier de Vigge Biaundó.
La misión de San Francisco Javier había sido fundada por Francisco María Píccolo en el año de 1699, y durante muchos años fue el lugar donde dedicó sus mejores años de vida, el sacerdote Juan de Ugarte, hasta su muerte acaecida en el año de 1730. A partir de la llegada de Del Barco a esta misión le dedicó todos sus afanes y cuidados. En los documentos que rendía al Superior de las Misiones de la California mencionaba que su misión era la que siempre demostraba un crecimiento en la cantidad de gentiles que acudían para convertirse y quedarse a vivir en ella. Incluso hizo un análisis muy bien fundamentado, como todo lo que él emprendía, en donde mencionaba que debido a la dificultad para ofrecer suficiente alimento a los indios recién conversos, esa era la causa de que no pudieran consolidar el cambio de su vida nómada ya que era imposible darles de comer a todos y se veían obligados a dejarlos regresar a los montes y al desierto en búsqueda de su sustento.
Debido a su empeño, dedicación, celo en el trabajo y a su carácter disciplinado y comprensivo, gozaba de gran respeto y admiración de sus hermanos de orden por lo que durante muchas ocasiones fue electo como Visitador y Superior de la Orden en la California. Del Barco, a pesar de su formación escolástica, no desdeñaba en lo más mínimo la información que podía obtener de manera empírica al observar a los grupos humanos y la flora y fauna de la península. Es por ello que escribió una gran cantidad de documentos donde redactaba estas impresiones, estableciendo curiosas conclusiones dado su carácter analítico y de filósofo que le permitía escribir largas disertaciones sobre los aspectos que iba observando. Se puede decir que fue un etnólogo y naturalista nato, por lo que sus agudas y precisas observaciones le sirvieron para escribir muchos años después la revisión crítica de las “Noticias de la California” elaborando correcciones y adiciones para esta obra. Su carácter humilde y alejado de todo reconocimiento público le impidió elaborar por sí mismo un libro de su autoría con sus innumerables conocimientos, pero los legó a otro de sus hermanos de orden, Francisco Javier Clavijero, para que los incluyera en su obra.
Como colofón de su estancia en nuestras tierras Californianas, el sacerdote Miguel del Barco incursionó de manera exitosa como ingeniero y arquitecto, legándonos para la posteridad una de las “joyas de las misiones de California”, la iglesia de San Francisco Xavier. Para su levantamiento hubo que sortear innumerables contratiempos como fue la dificultad de encontrar maestros de obras que fueran, a su criterio, lo suficientemente diestros para concretar lo que tenía en mente. Sin embargo con paciencia y de manera paulatina sus anhelos se vieron cristalizados y 14 años después, en 1758 vio por fin terminada su iglesia. Para rematar el esplendor d este templo mandó traer una serie de pinturas desde la ciudad de México para colocarlas en el Altar Mayor y que hasta la fecha siguen en este sitio siendo el orgullo y admiración de nuestras tierras. Por si lo anterior no fuera poco, desarrolló un sistema de canales o acequias por las que transportó el agua que provenía de manantiales lejanos de San Francisco Xavier, rompiendo rocas con sus propias manos y con la ayuda de indios conversos, hasta hacer que el torrente desembocara en unas pilas que construyó con piedras y que hasta la fecha perduran en este sitio con lo que pone de manifiesto su gran capacidad como ingeniero. Gracias a esta fuente de agua pudo sembrar y cultivar una gran cantidad de árboles frutales, maíz, trigo, verduras, así como pasto para forraje de los animales que ahí tenía.
A principios del año de 1768 fue notificado al igual que todos los jesuitas que residían en la California que serían expulsados de todos los territorios de la Corona Española. El 3 de febrero de ese año, con todo sus dolor y pesar dio su última mirada a su querido San Francisco Xavier y a la península Californiana donde sabía que jamás regresaría. Fueron llevados a Matanchel y de ahí siguieron la ruta de Tepic, Guadalajara, México y Veracruz. Partieron hacia España en donde estuvo preso al igual que muchos de sus hermanos de orden hasta mediados del año de 1769. Una vez liberado partió hacia el exilio a Italia, en donde sentó su residencia final en la ciudad de Bolonia bajo la protección Papal. Sus últimos 20 años de existencia los dedicó a cumplir con sus oficios religiosos, pasando muchas privaciones y pobreza. Fue en la década de 1770 que el también Jesuita Francisco Javier Clavijero le envía un borrador del libro titulado “Historia natural y crónica de la antigua California” para que realizara observaciones, correcciones y adiciones, ya que como es sabido Clavijero no estuvo jamás en California por lo que al escribir sobre estas tierras lo hizo siguiendo los relatos que hicieron Jesuitas que sí vivieron en esta península. Al enviárselos a Del Barco cumplió con el sagrado deber de apegarse lo más posible a la verdad y la objetividad histórica, algo que debe reconocerse y aplaudirse. El 24 de octubre de 1790 el sacerdote Miguel del Barco deja de existir. Sus restos descansan en la Iglesia de San Giorgio en Bolonia, Italia.
La obra que desarrolla un hombre jamás podrá ser descrita en toda su amplitud en un documento, por más extenso que este sea. La gran tarea que realizó el Ignaciano Miguel del Barco en nuestra California fue inmensa y sirvió para engrandecer aún más los beneficios que dejó a esta tierra la Compañía de Jesús. Deseamos que todos los hijos de la California, naturales y avecindados, recuerden con amor su legado para que lo trasmitan a las generaciones en formación y así aprendan a amar, cuidar y engrandecer la historia de estas tierras.
Bibliografía:
Historia Natural Y Crónica De La Antigua California. Miguel Del Barco - Universidad Nacional Autónoma De México.
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